Existe el peligro de que estas cicatrices se conviertan en una barrera de protección que nos hace menos vulnerables, pero más desconfiados. Cuanto mayor es este escudo de protección va aumentando nuestra desconfianza con los demás y vivimos a la defensiva: tomamos cualquier comentario inocuo como ofensa personal, o cualquier discrepancia de ideas como un desprecio a nuestra persona.
Vivir a la defensiva nos protege pero nos impide conectar
con los demás de forma espontánea y auténtica.
Si nos relacionamos con los demás sin ningún filtro habrá
más sinceridad aunque corremos el riesgo de tener más roces y más conflictos pues las emociones
aflorarán con más intensidad, pero esta relación cercana nos puede enriquecer
mucho.
Arriesguémonos a confiar en los demás y pensemos que:
La mejor defensa no
es un buen ataque sino que es no sentirse atacado.