lunes, 1 de julio de 2013

DEJAR DE HABLAR Y EMPEZAR A ESCUCHAR

Extracto de un artículo de Irene Orce.

Oír es fácil, pero escuchar...
La hiperactividad y el estrés de mucha gente, impide escucharnos a nosotros mismos y a los demás.

Fruto de esta desconexión nos cuesta mucho dedicar toda la atención a las personas con las que nos relacionamos. Estamos tan llenos de nosotros y de nuestros problemas que no dejamos espacio para los demás.

Tenemos dos oídos y una boca. parece que estemos hechos para escuchar el doble de lo que hablamos. Cuando una persona de nuestro entorno se encuentra ante un problema tenemos tendencia a aconsejar, le decimos qué debería hacer para solventar su situación. Nuestros consejos son el reflejo de nuestras creencias y experiencias pero la realidad del otro no siempre se adapta a lo que nosotros consideramos que sería mejor.

Solemos centrar más nuestra atención en lo que vamos a decir en cuanto nuestro interlocutor deje de hablar, y es más, a menudo, lo interrumpimos.
Hay un cuento que refleja muy bien lo que deberíamos hacer:
"Un reputado maestro japonés recibió a un profesor que le vino a contar el arte de escuchar. Como era costumbre, le sirvió un té hasta rebosar y continuó vertiendo hasta que el líquido se desparramó sobre la mesa. El profesor le advirtió: "El té está rebosando!". Y el maestro contestó: "Al igual que esta taza usted está lleno de sus propias ideas, ¿cómo puedo enseñarle el arte de escuchar a menos que primero vacíe su taza?"
Para escuchar no solo utilizamos las orejas sino que hemos de saber descifrar los mensajes que nos llegan por la vista y percibir la actitud y los sentimientos de las personas.

Quien controla la conversación no es quien más habla sino quien más escucha.

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