Oír
es fácil, pero escuchar...
La
hiperactividad y el estrés de mucha gente, impide escucharnos a nosotros mismos
y a los demás.Fruto de esta desconexión nos cuesta mucho dedicar toda la atención a las personas con las que nos relacionamos. Estamos tan llenos de nosotros y de nuestros problemas que no dejamos espacio para los demás.
Tenemos dos oídos y una boca. parece que estemos hechos para escuchar el doble de lo que hablamos. Cuando una persona de nuestro entorno se encuentra ante un problema tenemos tendencia a aconsejar, le decimos qué debería hacer para solventar su situación. Nuestros consejos son el reflejo de nuestras creencias y experiencias pero la realidad del otro no siempre se adapta a lo que nosotros consideramos que sería mejor.
Solemos
centrar más nuestra atención en lo que vamos a decir en cuanto nuestro
interlocutor deje de hablar, y es más, a menudo, lo interrumpimos.
Hay
un cuento que refleja muy bien lo que deberíamos hacer:
"Un
reputado maestro japonés recibió a un profesor que le vino a contar el arte de
escuchar. Como era costumbre, le sirvió un té hasta rebosar y continuó
vertiendo hasta que el líquido se desparramó sobre la mesa. El profesor le
advirtió: "El té está rebosando!". Y el maestro contestó: "Al
igual que esta taza usted está lleno de sus propias ideas, ¿cómo puedo
enseñarle el arte de escuchar a menos que primero vacíe su taza?"
Para
escuchar no solo utilizamos las orejas sino que hemos de saber descifrar los
mensajes que nos llegan por la vista y percibir la actitud y los sentimientos
de las personas.Quien controla la conversación no es quien más habla sino quien más escucha.
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